martes, 1 de octubre de 2013

Fernando Torres a la carrera


Cuando era pequeño, por las tardes iba a jugar al fútbol con los amigos a unas pistas de fútbol sala que había al lado de casa. Si había suerte y éramos diez echábamos un partido muy divertido. Si solo éramos seis... bueno, era mucho menos divertido pero jugábamos igualmente. Se han dado casos en los que éramos solo dos y hemos jugado un uno contra uno, pero aquel face to face era un aburrimiento porque siempre ganaba el más rápido. Solo tenía que tirarse la pelota hacia adelante, correr para recogerla y dejarla en la portería. Cuando había más gente los espacios eran más reducidos y contaban más las capacidades técnicas que las capacidades atléticas. Cuando éramos pocos el partido era más parecido a una carrera de atletismo que a un partido de fútbol. A mí, cuando había una pelota de por medio, me gustaba jugar al fútbol y no a las carreras.


Imagino a un rubito pecoso, de unos diez años, alto y huesudo enfurruñado porque hoy todos sus amigos han terminado los deberes y sus padres les han dejado salir a la calle a tiempo para jugar al fútbol. “Demasiada gente, qué rollo. Yo lo que quiero es correr” piensa. Ese niño pecoso al que imagino es Fernando Torres.

Reconozco que soy de los que agranda los errores y empequeñece los aciertos de Fernando Torres. Sí, soy de esos. Intento ser imparcial pero no me sale. Me parece un jugador al que la prensa ha sobrevalorado, sobre todo en sus primeros años. Ya sabes, la cosa esta de la prensa española de masas de convertir al deportista español de turno en el mejor de la historia solo por completar un par de actuaciones destacadas.




El pasado sábado veintiocho de octubre vi el Tottenham-Chelsea. Y Fernando Torres fue titular. El planteamiento del técnico blue, José Mourinho, fue ceder la posesión al Tottenham aguantar y salir a la contra, lo que probablemente fue un factor decisivo para que Fernando Torres fuese titular como delantero centro.

En la primera parte estuvo desaparecido. Solo pudo ofrecer desmarques y carreras, pero el balón no le llegaba. Tras el descanso, con uno a cero en contra, Mourinho sacó del campo al nigeriano Obi Mikel que había jugado al nivel al que lo haría un trozo de corcho y metió al aclamado Juan Mata quien, no sabemos por qué, no está siendo titular indiscutible esta temporada. El Chelsea fue con más decisión a por el partido, cosa que agradeció el delantero madrileño.

En el segundo tiempo Torres dejó de lado su habitual apatía, y se vistió de cuñado de Rocky, en el buen sentido, claro. El partido, su entrenador y su situación en el equipo le pedían intensidad y él respondió como la ocasión lo merecía, enrabietado, con ganas. El Chelsea tenía más posesión de balón que en los primeros cuarenta y cinco minutos lo que posibilitó que Torres recibiese más balones y en mejores condiciones. El Tottenham no se echó atrás pero tampoco mordía en el medio, lo que permitió que los blues jugasen más cómodos y a su vez provocó que apareciesen huecos a la espalda de la defensa del equipo dirigido por Vilas Boas.

El partido reunía las condiciones perfectas para que Torres brillase: posesión, espacios y falta de pelea por parte del rival. Sobre este escenario apareció el mejor Torres de la temporada. Al poco de comenzar el segundo periodo recibió un balón en tres cuartos de campo, junto a la banda derecha. Dejó atrás por pura potencia y velocidad al lateral Naughton, lanzó un largo autopase ante el que nada pudo hacer Vertonghen, llegó a la línea de fondo y metió un gran pase por abajo que no pudo concretar su compañero Óscar. Torres parecía despertar. Pocos minutos más tarde dio muestras de una mayor agresividad en un encontronazo con Vertonghen al que arañó la cara disimuladamente tras una pequeña discusión. Un gesto feo, sí, pero una muestra clara de carácter y de tensión competitiva. La pequeña trifulca le costó una estúpida amarilla, aunque si le sirve como punto de inflexión en su juego, bendita amarilla.



Poco después recibe en banda izquierda, a la espalda de Townseend y tiene el tiempo suficiente para girarse sin que nadie le apriete. Levanta la cabeza y divisa una pradera de treinta metros hasta la portería rival. Pone el turbo y en el camino solo encuentra la oposición del central Dawson a quien se quita de encima con un brusco y rápido quiebro. El clásico derecha izquierda ante el que el rubio armario inglés solo puede irse al suelo, lugar desde el que observa cómo Torres cruza el balón ante la salida de Lloris, que con sus piernas envía el balón a saque de esquina. Torres recoge el esférico y saca él mismo el córner, lo que supone una nueva prueba de esa renovada agresividad del delantero del Chelsea.

En esta segunda mitad, Torres corre con más ímpetu. Pelea cada jugada, cada balón con más decisión. Sus conducciones son más profundas y dañinas. De nuevo recibe en tres cuartos y se da la vuelta ante Dawson, que está poco contundente. Avanza unos metros y entrega una magnífica asistencia que deja solo ante Lloris a su compañero Schürrle pero el alemán no es capaz de definir. Son minutos magníficos de Torres, llenos de garra, de potencia, de velocidad.

Llega el minuto ochenta y uno de partido. Torres disputa un balón suelto ante Vertonghen y en el salto suelta un poco el codo. Segunda tarjeta. Dos calentones, dos amarillas. A la calle. El Chelsea se queda con diez y el partido de la resurrección de Torres acaba prematuramente para él.

El Tottenham-Chelsea, puede suponer el comienzo de la recuperación del máximo nivel de Fernando Torres. Solo necesita mantener esas ganas, ese carácter y ser capaz de canalizarlo alejándose de las polémicas y los encontronazos con los rivales. Eso y tener campo por delante para correr. Un lugar donde poder explotar sus condiciones atléticas. En la segunda mitad del duelo ante el Tottenham pudo recibir libre en tres cuartos y empezar la carrera hacia la meta rival. Ahí es peligroso. En espacios reducidos no. No es ningún prodigio técnico. No es bueno en el juego de combinación. Necesita espacios.

Han pasado los años pero Torres sigue pensando lo mismo que cuando era un niño larguirucho lleno de pecas. Él lo que quiere es correr. Que sus amigos se queden en casa para tener más espacio donde correr. Correr, correr y correr.