Cuando
era pequeño, por las tardes iba a jugar al fútbol con los amigos a
unas pistas de fútbol sala que había al lado de casa. Si había
suerte y éramos diez echábamos un partido muy divertido. Si solo
éramos seis... bueno, era mucho menos divertido pero jugábamos
igualmente. Se han dado casos en los que éramos solo dos y hemos
jugado un uno contra uno, pero aquel face to face era un
aburrimiento porque siempre ganaba el más rápido. Solo tenía que
tirarse la pelota hacia adelante, correr para recogerla y dejarla en
la portería. Cuando había más gente los espacios eran más
reducidos y contaban más las capacidades técnicas que las
capacidades atléticas. Cuando éramos pocos el partido era más
parecido a una carrera de atletismo que a un partido de fútbol. A
mí, cuando había una pelota de por medio, me gustaba jugar al
fútbol y no a las carreras.
Imagino
a un rubito pecoso, de unos diez años, alto y huesudo enfurruñado
porque hoy todos sus amigos han terminado los deberes y sus padres
les han dejado salir a la calle a tiempo para jugar al fútbol.
“Demasiada gente, qué rollo. Yo lo que quiero es correr” piensa.
Ese niño pecoso al que imagino es Fernando Torres.
Reconozco
que soy de los que agranda los errores y empequeñece los aciertos de
Fernando Torres. Sí, soy de esos. Intento ser imparcial pero no me
sale. Me parece un jugador al que la prensa ha sobrevalorado, sobre
todo en sus primeros años. Ya sabes, la cosa esta de la prensa
española de masas de convertir al deportista español de turno en el
mejor de la historia solo por completar un par de actuaciones
destacadas.
El
pasado sábado veintiocho de octubre vi el Tottenham-Chelsea. Y
Fernando Torres fue titular. El planteamiento del técnico blue,
José Mourinho, fue ceder la posesión al Tottenham aguantar y salir
a la contra, lo que probablemente fue un factor decisivo para que
Fernando Torres fuese titular como delantero centro.
En
la primera parte estuvo desaparecido. Solo pudo ofrecer desmarques y
carreras, pero el balón no le llegaba. Tras el descanso, con uno a
cero en contra, Mourinho sacó del campo al nigeriano Obi Mikel que
había jugado al nivel al que lo haría un trozo de corcho y metió
al aclamado Juan Mata quien, no sabemos por qué, no está siendo
titular indiscutible esta temporada. El Chelsea fue con más decisión
a por el partido, cosa que agradeció el delantero madrileño.
En el segundo tiempo Torres dejó de
lado su habitual apatía, y se vistió de cuñado de Rocky, en el
buen sentido, claro. El partido, su entrenador y su situación en el
equipo le pedían intensidad y él respondió como la ocasión lo
merecía, enrabietado, con ganas. El Chelsea tenía más posesión de
balón que en los primeros cuarenta y cinco minutos lo que posibilitó
que Torres recibiese más balones y en mejores condiciones. El
Tottenham no se echó atrás pero tampoco mordía en el medio, lo que
permitió que los blues jugasen más cómodos y a su vez
provocó que apareciesen huecos a la espalda de la defensa del equipo
dirigido por Vilas Boas.
El partido reunía las condiciones
perfectas para que Torres brillase: posesión, espacios y falta de
pelea por parte del rival. Sobre este escenario apareció el mejor
Torres de la temporada. Al poco de comenzar el segundo periodo
recibió un balón en tres cuartos de campo, junto a la banda
derecha. Dejó atrás por pura potencia y velocidad al lateral
Naughton, lanzó un largo autopase ante el que nada pudo hacer
Vertonghen, llegó a la línea de fondo y metió un gran pase por
abajo que no pudo concretar su compañero Óscar. Torres parecía
despertar. Pocos minutos más tarde dio muestras de una mayor
agresividad en un encontronazo con Vertonghen al que arañó la cara
disimuladamente tras una pequeña discusión. Un gesto feo, sí, pero
una muestra clara de carácter y de tensión competitiva. La pequeña
trifulca le costó una estúpida amarilla, aunque si le sirve como
punto de inflexión en su juego, bendita amarilla.
Poco después recibe en banda
izquierda, a la espalda de Townseend y tiene el tiempo suficiente
para girarse sin que nadie le apriete. Levanta la cabeza y divisa una
pradera de treinta metros hasta la portería rival. Pone el turbo y
en el camino solo encuentra la oposición del central Dawson a quien
se quita de encima con un brusco y rápido quiebro. El clásico
derecha izquierda ante el que el rubio armario inglés solo puede
irse al suelo, lugar desde el que observa cómo Torres cruza el balón
ante la salida de Lloris, que con sus piernas envía el balón a
saque de esquina. Torres recoge el esférico y saca él mismo el
córner, lo que supone una nueva prueba de esa renovada agresividad
del delantero del Chelsea.
En esta segunda mitad, Torres corre
con más ímpetu. Pelea cada jugada, cada balón con más decisión.
Sus conducciones son más profundas y dañinas. De nuevo recibe en
tres cuartos y se da la vuelta ante Dawson, que está poco
contundente. Avanza unos metros y entrega una magnífica asistencia
que deja solo ante Lloris a su compañero Schürrle pero el alemán
no es capaz de definir. Son minutos magníficos de Torres, llenos de
garra, de potencia, de velocidad.
Llega el minuto ochenta y uno de
partido. Torres disputa un balón suelto ante Vertonghen y en el
salto suelta un poco el codo. Segunda tarjeta. Dos calentones, dos
amarillas. A la calle. El Chelsea se queda con diez y el partido de
la resurrección de Torres acaba prematuramente para él.
El Tottenham-Chelsea, puede suponer el
comienzo de la recuperación del máximo nivel de Fernando Torres.
Solo necesita mantener esas ganas, ese carácter y ser capaz de
canalizarlo alejándose de las polémicas y los encontronazos con los
rivales. Eso y tener campo por delante para correr. Un lugar donde
poder explotar sus condiciones atléticas. En la segunda mitad del
duelo ante el Tottenham pudo recibir libre en tres cuartos y empezar
la carrera hacia la meta rival. Ahí es peligroso. En espacios
reducidos no. No es ningún prodigio técnico. No es bueno en el
juego de combinación. Necesita espacios.
Han pasado los años pero Torres sigue
pensando lo mismo que cuando era un niño larguirucho lleno de pecas.
Él lo que quiere es correr. Que sus amigos se queden en casa para
tener más espacio donde correr. Correr, correr y correr.